FRANCIA NO ES FARO NI FOCO




   Está muy bien que prestemos atención a lo que sucede en cualquier lugar del mundo y que nos identifiquemos con las luchas de los pueblos del planeta. Lo que estoy empezando a decir no pretende quitarle importancia a las jornadas de lucha de los chalecos amarillos, ni relativizar lo que podamos aprender de esa experiencia. Lo que sí afirmo es que la trascendencia que adquieren dichos sucesos no dependen ni de su profundidad, ni de su proyección, ni de su integralidad, ni de sus alcances, sino del hecho de ser Francia una potencia colonialista.
   En estos días volvimos a leer y escuchar por todos lados cosas sobre el Mayo Francés. Bueno: mientras estudiantes parisinos sostuvieron su protesta en un nivel de enfrentamiento físico que, gracias a Dios, no causó muertes ni entre policías ni entre manifestantes, en gran parte de África y Asia se luchaba por la liberación nacional y social, sosteniendo luchas que abarcaron todas las dimensiones de la existencia humana, desde la cultural, social y filosófica, hasta la militar, pasando por las relativas a roles de género y clase. Con el resultado, en varios casos, del triunfo político de estos pueblos sobre las principales potencias del mundo. (Incluida Francia). Durante las últimas décadas, pudimos ver la tradicional celebración del Mayo Francés por parte de diversas agrupaciones que apenas si llegan a hacer, en muy contadas ocasiones, alguna mención del triunfo del pueblo vietnamita sobre Estados Unidos y no hacen ninguna celebración de la independencia de Angola.
   En el año 2001, tras una década de luchas en ascenso que dieron lugar al surgimiento de nuevos sujetos sociales (piqueteros, movimientos de desocupados, asociaciones de trabajadores que asumieron la gestión de empresas), en un par de masivas e intensas jornadas de lucha, el 19 y 20 de diciembre derribamos un gobierno causándole una derrota al neoliberalismo de la que no termina de recuperarse. Tras dos años de transición en la que se desactivó la convertibilidad, se puso en crisis la relación tradicional con el FMI y se asumió como responsabilidad del Estado la supervivencia de la población (se masificó y estabilizó la entrega de alimentos, se crearon nuevos subsidios a desocupados y sostenes de familia, etc.), aprovechando el desgaste de las alternativas políticas funcionales al colonialismo, instalamos un gobierno que, mandato tras mandato, concretó en leyes y medidas muchas y principales reivindicaciones sostenidas por la mayoría de los movimientos que protagonizaron esa década de luchas a la que me refería al iniciar el párrafo. El triunfo electoral de Cambiemos nos está costando retrocesos en todos los aspectos. Así y todo, lo que aún nos queda es, en muchos casos, aquello por lo que peleábamos en los noventa. (Empresas de transporte y recursos energéticos en manos de la Nación, jubilaciones, subsidios, escuelas, universidades, genocidas condenados, fábricas recuperadas, derechos que aún son ley, se cumplan o no, y novedades culturales irreversibles).
   Cada paso que el neoliberalismo da aprovechando este triunfo electoral, le cuesta profundización de nuestra organización y capacidad de lucha como pueblo y mayor nitidez de nuestra proyección política. Mientras vemos, leemos y escuchamos sobre muy inciertos e imprecisos alcances de la movida de los chalecos amarillos, sobre resonantes hipotéticas novedades de las relaciones entre lo espontáneo y lo organizado, “la vanguardia” y “las masas”, la reforma y la revolución, América Latina acaba de concluir una ronda de intervención popular en los asuntos de Estado que implicó la proyección política de la lucha y la organización por las reivindicaciones concretas de tipo económico, cultural, social y demás. Los mismos medios que tanto aparentan aprender con la movida francesa, parecen estar conformes con sus versiones simplistas de un proceso latinoamericano en relación al cual la inversión de inéditos recursos por parte del imperialismo para revertirlo apenas produce algunos triunfos electorales atados con alambre, a partir de los cuales nuestros enemigos toman medidas que les redundan en ganancias extraordinarias y profundización de la crisis de su dominación.
   Este mismo continente protagonizó, en las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del XIX, un proceso revolucionario que concluyó con la independencia política de unas cuantas naciones nuevas. En dicho proceso intervinieron cientos de miles de personas desplazadas finalmente por minorías más o menos inspiradas en la revolución francesa y en el modelo británico de expansión comercial. Las “masas” se asumían como una misma nación, conformada por pueblos con tradiciones y valores particulares, instituyendo con su devenir su autonomía y sus relaciones de asociación e integración que garantizaran su independencia económica y su bienestar social. La “vanguardia” de verborragia iluminista y progreso civilizatorio partió el ejercicio de la soberanía en territorios nacionales compartimentados, deshaciendo así las posibilidades de independencia económica y bienestar social, posibilitando las intervenciones imperialistas armadas y sumándonos conflictos intra regionales.
   En Bolivia se funda una realidad socio política y cultural en la que el pueblo vota jueces, y nuestra intelectualidad mediática no siente necesidad de interpretar el fenómeno como condición de comprensión de la etapa que como pueblos de Sudamérica estamos transitando. Si lo que hace que nos interesemos más o menos por los movimientos históricos es su capacidad transformadora, hace varios años que nuestro foco de atención y faro que explicita en concreciones las posibilidades actuales de realización humana (en el sentido de capacidad colectiva de creación de realidad), podría radicar, por ejemplo, en todo el territorio en que el pueblo kurdo pelea por ejercer su soberanía. Descubriríamos que, entre otras cosas, las dimensiones en que este pueblo se organiza constituyen una convergencia diversa en lo religioso y filosófico, plurinacional (como el actual Estado boliviano), que pone en discusión y altera en la práctica las relaciones de clase, de género, de raza y de nacionalidad. Y en el contexto integral en que el pueblo mencionado existe transformando, nos detendríamos, seguramente, en las organizaciones armadas de autodefensa específicamente femeninas, que, integradas a una lucha general, enfrentan al imperialismo y sus dañinos desechos terroristas (y de ese lado está el tan mentado fundamentalismo), repensándose como mujeres en la casa, en la sociedad y en el mundo.
   Los únicos movimientos asiáticos, africanos o latinoamericanos que adquieren trascendencia mediática mundial son aquellos que enfrentan existencias de las que el colonialismo quiere desembarazarse: primavera árabe, lucha contra la burocracia soviética, oposición al chavismo en Venezuela, por ejemplo.
   Las “vanguardias”, que reiteradamente no participan de movimientos de “masas” con características de los denotados más arriba (o, directamente, los impugnan), décadas después, cuando la decantación histórica evidencia aciertos y conquistas implicados en transformaciones incorporadas a la realidad concreta y cotidiana, se autocritican haber rechazado o enfrentado a dichos movimientos. Bien: esta autocrítica es de lo más superflua y no modifica las tendencias de la práctica de quienes la realizan. Ya que, lo esencial a autocriticar es no reconocerles a “las masas” el hecho de haber entendido perfectamente cómo sacar adelante sus intereses en un momento histórico dado, asumiendo, en ese momento histórico, todas las posibilidades de transformación de la realidad en función de sus necesidades, de las maneras y en los plazos que el contexto civilizatorio habilitaba. Transformaciones enunciadas, explicitadas e integradas en un proyecto político que se realiza en todas las dimensiones de la existencia humana.
   Hace pocos años, a partir de una propuesta de un gobierno sudamericano (el de Argentina), se alcanzó un acuerdo entre muchos Estados nacionales para el abordaje del tratamiento de las deudas externas al que sólo se opusieron las potencias colonialistas con 6 votos, el de Francia incluido. Esto expresa la posibilidad de profundizar acuerdos de convivencia internacionales constituyendo una dimensión global mayoritaria que ampare la puesta en práctica, mínimamente, de todo aquello que podamos consensuar como derechos básicos. Acuerdos regionales como los que avanzaron en Latinoamérica en la etapa anterior de gobiernos enfrentados al neoliberalismo luego derrotados electoralmente, junto a los que no lo fueron y asumen nuevas contradicciones y complejidades, sostienen y potencian esta posibilidad. Mientras las “vanguardias” desconfían de los movimientos mediante los cuales las “masas” enfrentan la matriz epistemológica, cultural, social, económica y filosófica de dichas “vanguardias” (el punto de vista de la civilización dominante), por considerarlos ajenos al progreso civilizatorio, dichos movimientos expresan la clarísima conciencia de las “masas” en relación a las únicas posibilidades que el “progreso” de la civilización dominante les ofrece: desaparición o integración subordinadísima en el molde de la explotación, la marginalidad, el sometimiento y la pérdida de cada dimensión de su existencia con la que se identifican, asumida como esencia de su ser.
   Esta posibilidad de integración a partir de la soberanía de los pueblos, de su bienestar social, de sus identidades culturales, de su independencia económica, que implica transformar relaciones de clase, de género, de raza y de nacionalidad, es un componente esencial de las identidades populares de ayer, de hoy y de mañana. En nuestro continente y en los otros. Está en los fundamentos de nuestra capacidad de realización del pasado, del presente y del futuro. A esta identidad, por estos pagos, se le dice federalismo.
Hiperman, 21/12/2018


Visto por última vez en Morón, noviembre del 2005

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